Balance del Debate del estado de la nación

El debate del estado de la nación concluyó con la sensación de que el presidente del Gobierno salió vencedor del choque dialéctico con el jefe de la oposición, sin que ello haya supuesto la hecatombe parlamentaria de Mariano Rajoy. La legislatura sigue abierta.
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José Luis Rodríguez Zapatero supo planear bien la estrategia del debate. Tras un prolijo balance de sus dos primeros años de Gobierno, contraatacó con eficacia las críticas de la oposición. Una vez más se puso de manifiesto que la presidencia del Gobierno, altísima responsabilidad pública que supone una continua carrera de obstáculos, curte y acera el carácter. En la Moncloa, por decirlo de una manera gráfica, se aprenden las artes marciales de la política. Así ocurrió con José María Aznar, timorato en sus inicios, y también con Felipe González, pese a su gran mayoría absoluta de 1982.
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El error de Rajoy no fue de oratoria ni de estilo, sino de contenidos. Llegados al ecuador de la legislatura, el líder del principal partido de la oposición tenía que haber acompañado sus críticas con una batería de propuestas alternativas sobre aquellos asuntos más sensibles de la gestión gubernamental. En una democracia madura como la española, la oposición creíble no puede pasarse el día repitiendo que todo es un desastre, que todo va mal y que el Gobierno está en manos de un grupo de ineptos. La política no es propaganda - la sistemática repetición de mensajes simples-, aunque la propaganda forme parte de la política y constituya su nervio principal en tiempo de elecciones. El catastrofismo está dañando al PP, ya que la opinión pública no percibe en estos momentos que España se halle al borde del precipicio, aunque los problemas sociales sean numerosos y la actual bonanza económica tenga ante sí un horizonte problemático, como el mismo Rajoy enunció ayer, citando al comisario europeo Joaquín Almunia. Pese a las incertidumbres y fragilidades que marcan nuestra época, toda sociedad tiende a buscar siempre un horizonte de esperanza. La negrura cotidiana acaba siendo rechazada. Los estrategas del Partido Popular deberían saberlo.