Venció el Barça y entre Eto´o y Belletti (con la ayuda de Valdés, Larsson e Iniesta) le dieron la vuelta al resultado. Desde Wembley, en el mítico 1992 de los Juegos Olímpicos, el dream team no había despertado del todo hasta esta noche pasada, de lluvia y de gloria, en París. El bambi es de acero pero blau-grana. Sonreía sumergido en su talante, hasta que de pronto se puso serio. Se oteaba el final y se mascaba la decepción colectiva. ¿Iba a romperse la racha zapaterista de optimismo antropológico? A su lado Joan Laporta aguantaba el tipo. Una final es como un referéndum incierto. En las urnas se gana voto a voto. En el fútbol, gol a gol. Nadie regala nada. Menos aún ese nefasto árbitro noruego que no aplicó en la primera parte la ley sabia de la ventaja, aunque dejara al Arsenal sin su portero titular. .
Almunia, el sustituto -el portero español fichado por el equipo londinense- hizo cuanto pudo para evitar la catástrofe, pero su apellido, ay, es sinónimo de derrota. El descalabro de Almunia, el líder del PSOE el año 2000, cuando el PP logró la mayoría absoluta con el presidente más merengue de la historia de España, José María Aznar, facilitó que seis años después José Luis Rodríguez Zapatero, un leonés culé, un castellano autonomista partidario de la España plural, asistiera como un barcelonista más a la segunda gran copa europea de su Fútbol Club Barcelona, el equipo donde triunfó César, el pelucas leonés también, testa prodigiosa del Barça de las cinco copas que ha inmortalizado Joan Manuel Serrat.
Almunia, el sustituto -el portero español fichado por el equipo londinense- hizo cuanto pudo para evitar la catástrofe, pero su apellido, ay, es sinónimo de derrota. El descalabro de Almunia, el líder del PSOE el año 2000, cuando el PP logró la mayoría absoluta con el presidente más merengue de la historia de España, José María Aznar, facilitó que seis años después José Luis Rodríguez Zapatero, un leonés culé, un castellano autonomista partidario de la España plural, asistiera como un barcelonista más a la segunda gran copa europea de su Fútbol Club Barcelona, el equipo donde triunfó César, el pelucas leonés también, testa prodigiosa del Barça de las cinco copas que ha inmortalizado Joan Manuel Serrat.
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Cuando Belletti consiguió el gol de la victoria, en el palco los Reyes fueron felices, se les veía felices, como aquel lejano ya verano del 92 en la Barcelona olímpica de Pasqual Maragall, el alcalde de los JJOO y de la brillante transformación de la capital catalana. Laporta y ZP se fundieron en un abrazo y, súbitamente, se produjo el milagro. Lo que había quebrado el Estatut, lo recompuso -¿parcialmente?- el Barça. O, si se quiere, el segundo gol que supuso la segunda gran copa. Maragall y ZP sonrieron y se abrazaron alborozados. Una noche como esta reconcilia incluso a dos barcelonistas enfrentados.
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Por cierto, ¿dónde estaba ayer noche Mariano Rajoy? ¿Estaba recontando las firmas de su frustrado referéndum? ¿Creyó que jugaban dos equipos extranjeros tras la segregación de España que anuncia cada mañana su amigo de los micrófonos sagrados? ¿Dónde estaba Rajoy anoche? ¿Paseaba sus penas a la vera del Bernabeu? ¡Qué gran ocasión perdida por quien no hace otra cosa apenas que velar por la unidad de España? Va siendo hora que se entere: Barcelona es Cataluña y Cataluña es España (la plural), la que se ha alegrado del triunfo del Barça y hace unos días del éxito del Sevilla F.C., por supuesto. Son cerca de las doce de la noche. Madrid es hoy, para muchos, una fiesta, según puede oírse nítidamente desde la ventana abierta. Hablo del Madrid plural, claro. El del Real Madrid de las cinco copas. Ése que lleva directamente al cielo.
Enric Sopena
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