A qué estado de desesperación puede llegar un ser humano para pedir por Internet una mano que le ayude a morir. Eso ocurre cuando solo puede mover los labios, cuando depende de otro hasta en las cosas más íntimas, cuando siente que ha perdido la dignidad aunque no sea así..
La mano piadosa apareció y el pasado jueves el cuerpo sin vida de Jorge León fue hallado desconectado de la maquina que le permitía respirar. Su familia, que vivió con él la tortura de su no vida, ha hecho público un comunicado que, bajo el título de “In Memoriam” cuenta como Jorge amaba la vida y como siguió pintando y escribiendo después del accidente que le dejó en silla de ruedas.
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Piden respeto a su decisión, que no se le juzgue y no se manipulen su muerte ni su vida, pero sobre todo piden la regulación legal de la eutanasia.
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La muerte de Jorge León reabre otra vez, como en el caso de Ramón Sanpedro, el debate sobre el derecho a no vivir. ¿Puede la sociedad mirar para otro lado ante casos de sufrimiento tan tremendo?
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La ministra de Sanidad, Elena Salgado se ha apresurado a decir que este debate, ahora, “no corresponde”. Que lo que tiene que hacer el ejecutivo es prestar toda la ayuda posible a los que sufren circunstancias parecidas.
Para la ministra la muerte digna se llama cuidados paliativos. Y es verdad que es imprescindible morir sin dolor, y es verdad que el gobierno tiene que conseguir que los cuidados paliativos lleguen a todas las personas que lo necesitan; pero la muerte de Jorge León es otra cosa.
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Posiblemente el gobierno de Zapatero no puede reconocer que, en el ecuador de la legislatura, no se atreve a plantear a los ciudadanos, “votantes”, un debate de esta envergadura que pondría, otra vez, en pie de guerra a la Iglesia, al Partido Popular y a organizaciones afines.
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Desde Moncloa no se sienten capaces de soportar otra campaña por el derecho a la vida. No les parece oportuno políticamente volver a dejar la calle a la derecha para que la llene de pancartas donde, seguramente, se colaría la palabra asesinato.
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Pero, más temprano que tarde, algún gobierno tendrá que enfrentarse a este problema, tendrá que plantear a la sociedad un debate, duro y triste, en el que hay que marcar los límites pero en el que está en juego la libertad y la dignidad de unas personas a las que, ahora, preferimos no ver ni oír.
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