Zapatero aseguraba ayer que, en pleno 75 aniversario de la II República, muchos de los objetivos, aspiraciones y conquistas de aquella época, están hoy en plena vigencia y alto grado de desarrollo en España. Que los valores de libertad, ciudadanía, ética política y solidaridad que impregnaron los mejores instantes de aquella gran oportunidad robada, están hoy inspirando y orientando la agenda de reformas del Gobierno..
Sus palabras tuvieron rápida respuesta por parte del presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Ricardo Blázquez, que las consideró peligrosas mientras apostaba por mirar hacia adelante y no hurgar en viejas heridas.
Sus palabras tuvieron rápida respuesta por parte del presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Ricardo Blázquez, que las consideró peligrosas mientras apostaba por mirar hacia adelante y no hurgar en viejas heridas.
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Desde mi punto de vista, una vez más, el señor Blázquez no entendió nada. Los valores de la II República no son viejas heridas, sólo los ven como tales, todos los que sienten amenazas de algún tipo en aquellos ideales avanzados de modernidad. Si nos acercamos a las palabras de Blázquez desde el papel que la Iglesia católica española jugó en aquellos tiempos y en los posteriores, es normal que no le guste cualquier conmemoración de aquel tiempo o la más mínima recuperación de los ideales que lo inspiraron.
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En la actualidad, el proyecto político del Gobierno busca terminar con el universo conceptual de la derecha española, esto es, modelo único de familia tradicional, sexualidad estrictamente reproductiva, obligación de sentimiento patriótico, identidad exclusiva y excluyente… Todos esos patrones que tradicionalmente han conformado, en la segunda mitad del siglo pasado, la realidad política y social de este país y que llenaron de inercias adquiridas el patio político de la democracia hasta hacer imposible durante años, avances más rápidos en algunas materias.
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Una realidad que hoy, y recordando a Zubiri, está dando mucho más de sí con fórmulas políticas de ciudadanía y libertades que, con toda lógica, le parecen peligrosas al señor Blázquez. Desgraciadamente, ya ni siquiera sorprende. Un Gobierno socialista avanza en derechos y en modernidad y el presidente de la Conferencia Episcopal percibe peligros y no entiende nada. Todo en su sitio.
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